Si bien vinculamos el acto de leer con la libertad y el goce, no podemos dejar de reconocer que instituciones como la escuela y las bibliotecas, y el mercado editorial mismo, lo han sujetado a una serie de normas que llegan a convertirlo en un quehacer arduo. Qué, cuánto, cómo, dónde, cuándo y hasta con quién hay que leer son mandatos que se declaran permanentemente. Si analizamos esto y los discursos apologéticos que prometen que leyendo accederemos a la sabiduría, al placer y a un cúmulo de valores morales, podremos entender la frustración de aquellos que no leen y también por qué muchos se resisten a practicar la lectura. ¿Cómo encontrar o crear maneras de volver la lectura un acto voluntario y, si es posible, satisfactorio?
Invitamos a leer El club de los poetas muertos de Nancy H. Kleinbaum y a ver La sociedad de los poetas muertos de Peter Weir.