Para el centenario de la publicación de “Ulises” de James Joyce (nacido un 2 de febrero como hoy), Gonzalo Navajas –profesor distinguido de la Universidad de California Irvine– comparte las siguientes palabras para la Feria Internacional de la Lectura en Yucatán:
James Joyce (1882-1941) es un escritor irlandés que, por decisión propia, vivió gran parte de su vida lejos de Irlanda. Su obra se asocia con los principios y los procedimientos de la literatura de entreguerras, y en particular con los escritores y las escritoras que, después de sufrir las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, dedicaron sus obras a exponer y analizar las características de una época que había perdido la confianza en la ciencia, la civilización occidental y el progreso tecnológico ilimitado e ininterrumpido. Entre ellos, se debe citar a Virginia Woolf, T. S. Eliot, Franz Kafka y André Gide. Toda su obra es de excepcional significación para la literatura moderna por sus propuestas conceptuales y estéticas transformadoras. Sus obras capitales son “Ulises” (1922) y “Finnegans Wake” (1939). Estos dos libros llevan a cabo una ruptura profunda con las normas del realismo y su visión de la novela como una representación supuestamente fidedigna y sin filtros de la realidad. Frente al realismo que centra su interés en la investigación de la sociedad y el entorno externo al yo, Joyce se adentra en la búsqueda de la interioridad de la conciencia individual. Las técnicas narrativas del monólogo interior indirecto y el “stream of consciousness” (o libre flujo de la conciencia) le sirven para ese propósito. Asimismo, frente al lenguaje descriptivo y predecible de la novela precedente, Joyce mantiene que el lenguaje novelístico debe ser experimental, creativo e innovador. No obstante, a pesar de sus propuestas radicales, las obras de Joyce mantienen una vinculación profunda con la literatura clásica. Por ejemplo, su novela “Ulises” sigue el modelo del viaje mítico del semidiós griego en la “Odisea” de Homero. Para Joyce, el exilio es un imperativo del artista moderno. Esa experiencia le facilita al escritor abrirse a modos y experiencias que el país de origen no puede proporcionarle. Su muerte lejos de Irlanda, en Zúrich, donde está enterrado, es un testamento a su idea de que la verdadera patria del escritor es la literatura y el arte. A ella mostró Joyce su fidelidad sin reservas por encima de su país de origen al que fustigó acerbamente, aunque le dedicó gran parte de sus textos.